Confesión #40: Salir de la zona de confort da miedo como %$&#!

Zona de confort: Dícese de ese lugar (físico y/o mental) en el que nos sentimos seguros, tranquilos y hasta un poco resignados. Ese lugar donde ya nada nos sorprende, pero tampoco nada nos da satisfacción [insertar acá canción de «El Cuarteto de Nos»]. Cada día se parece al anterior y las oportunidades de aprender o experimentar algo nuevo son cada vez más lejanas.

Sí, ese lugar existe y yo estuve de visita en ese territorio durante algún tiempo. En este post quería compartirles mi experiencia venciendo ese maldito miedo que me impedía salir de mi zona de confort laboral y hacer las cosas que me acercaban a ese lugar donde realmente quiero estar (y que aún estoy descubriendo cuál es, pero me siento cada vez más cerca).

Es chévere sentir tranquilidad en el trabajo, pero cuando esa tranquilidad es DEMASIADO TRANQUILA (valga la redundancia) es señal de que algo (no muy bueno) está pasando. Me voy a tomar la licencia de comparar la relación con el trabajo con una relación amorosa. No sé si les ha pasado, pero el período inicial en un nuevo trabajo es como esa etapa de luna de miel que tiene toda relación: todo en el trabajo nos parece perfecto, nos gusta lo que hacemos, aprendemos cada día algo nuevo y sentimos que realmente aportamos y que nuestra existencia tiene algo de sentido. Pero cuando se acaba esa magia, que es de duración variable por persona, (a mí la etapa de honey moon en mi primer trabajo me duró como 6 años) nos damos cuenta de que las cosas realmente no están funcionando y que quizás sólo seguimos en el trabajo por un tema de dependencia salarial.

Cuando somos conscientes de que la «burbuja» se reventó tenemos dos opciones: seguir en ese ambiente conocido pero nocivo para nuestro crecimiento personal y profesional sólo porque ya nos acostumbramos a hacer siempre lo mismo y recibir un salario a cambio, o buscar salir de ese ambiente lo más rápido posible. Ojo que no estoy diciendo que manden todo al cacho y renuncien mañana a sus trabajos, ni estoy juzgando a la gente que decide quedarse, porque al fin y al cabo es una decisión muy personal y si alguien siente que es feliz en su zona de confort es una decisión respetable, pero yo no era feliz ahí y por eso decidí tomar al toro por las astas.

Existen varias señales de que la burbuja explotó y hay que aprender a detectarlas antes de que sea demasiado tarde (por el bien de nuestra salud mental y física). Algunas preguntas para detectar esa detonación son:

  • ¿Cada domingo por la noche sufres y te deprimes sabiendo que al día siguiente es lunes?
  • ¿Cada día te cuesta levantarte de la cama para ir a trabajar y piensas porqué no naciste millonario para no tener que hacer nada para sobrevivir?
  • ¿Sientes que cada día es igual al anterior y que no hay nada nuevo?
  • ¿Hay veces que te quedas en tu sitio viendo la pantalla de tu computadora sin fuerzas suficientes para mover el mouse?
  • ¿Vas a una reunión y tu cerebro sólo piensa en qué vas a hacer saliendo de la oficina o el fin de semana (más del 10% de la reunión)?
  • ¿Miras el reloj a cada rato y sientes que el tiempo de trabajo cada día pasa más lento y el del almuerzo cada vez más rápido?
  • ¿Nada o casi nada te causa felicidad en la oficina?
  • ¿Sientes la necesidad imperativa de rajar de tu trabajo con cada ser viviente que se te cruce en el camino?

Si más de una respuesta fue afirmativa, es momento que revisar qué estamos haciendo con nuestras vidas en ese trabajo. Creo firmemente que la vida es demasiado corta para pasar un tercio de nuestros días haciendo algo que no nos llene como personas.

Me costó salir de ese lugar por dos grandes motivos:

  1. Porque cuando me di cuenta que la burbuja explotó, lo primero que sentí fue una profunda tristeza (casi como un corazón roto) porque sabía que ya era hora de partir, de dejar ese, mi querido primer trabajo, en el que aprendí qué era trabajar y ganar dinero con el sudor de mi frente, que me llenó de tantas experiencias (unas muy buenas y uno que otro cocacho), que me vio crecer tanto en lo personal como profesional y que me hizo conocer gente muy buena con la que trato de mantener el contacto.
  2. Porque me llené de una serie de miedos irracionales que no me permitían buscar otras opciones. Mi cerebro (para variar) me saboteaba con los siguientes pensamientos:
    • «Ya llevas 7 años y medio en este trabajo y es tu primera chamba, nadie va a querer contratar a alguien que sólo haya tenido experiencia laboral en una sola empresa»
    • «Eres administradora de empresas y tu destino es trabajar en grandes corporaciones burocráticas hasta que te jubiles»
    • «Sólo conoces un rubro y no vas a poder postular a ningún rubro que no se parezca a lo que ya conoces»
    • «Está bien, sé que te gusta la innovación pero casi ninguna empresa en el Perú está apostando por eso así que no vas a conseguir chamba en lo que te gusta y sólo vas a poder trabajar en áreas comerciales por los siglos de los siglos.»
    • «Y si renuncias y no consigues chamba pronto ¿qué harás con tus responsabilidades económicas?»
    • «¿Y si esperas a que te despidan en el siguiente recorte de personal porque tu liquidación sería más grande que si renuncias?»
    • «¿Y si pones tu propia empresa? Ahh, verdad que esa vez que trataste de jugar a la emprendedora no te funcionó.»
    • Etc., etc., etc.

Sí, lo sé, a veces mi cerebro puede ser muy tóxico, pero estoy trabajando para mejorar eso.

Cuando finalmente me llené de valor y decidí cambiar de trabajo empecé a postular a distintas convocatorias: unas ni me respondían cuando les enviaba mi CV, en otras pasaba la primera entrevista y luego se desaparecían, otras sí me choteaban de manera cordial y en un par pude avanzar en el proceso hasta que conseguí finalmente la chamba en la que estoy ahora. Pasé de trabajar en una empresa industrial que fabricaba explosivos a una agencia de publicidad con foco en digital (créanme, yo tampoco me lo creo aún).

Cambié los tacos y los pantalones de vestir por zapatillas Converse y jeans rotos, cambié las estructuras jerárquicas por una horizontalidad radical, cambié el trabajo en silos por uno realmente colaborativo, cambié mi percepción de que las empresas sólo se fijan en los resultados financieros y que los colaboradores somos un número más en el headcount para poder aprender que se puede ser uno mismo cuando se va al trabajo, que cuidar las «apariencias» por miedo al qué dirán es agotador, que el respeto a la autoridad no significa sumisión, aprendí que hay organizaciones en las que los colaboradores son más importantes que los clientes, aprendí que la transparencia en las decisiones es realmente valorada por la gente, y que si bien a veces todas las decisiones no favorecen a todos, aquellos que no se vean favorecidos pueden recibir el apoyo necesario para atravesar esa situación. En resumen, aprendí que sí se puede buscar la rentabilidad de una empresa de manera humana y con sólidos valores. Y quiero seguir aprendiendo mucho más en este nuevo camino que decidí emprender.

Imagen de Free-Photos en Pixabay

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